La ciencia ha investigado los últimos años si las oraciones dirigidas en la distancia podrían curar a los enfermos. Los mismos científicos han quedado estupefactos al comprobar que los resultados eran muy positivos.
Recuerdo que una vez visitando a un enfermo, en una de las aldeas remotas de mi tierra gallega, le comenté a la señora de la casa, que tendría cerca de ochenta años. “Haga una oración por mí y por este seminarista que me acompaña para que cumplamos bien la misión que Dios nos ha encomendado”. La señora se quedó mirando y dijo, “pero ustedes todavía están sanos y no han muerto, ¿para qué voy a rezar por ustedes?”
Las tradiciones, las costumbres, los prejuicios, han ido tejiendo a nuestro alrededor una forma de vivir, de pensar, de actuar que con el paso del tiempo nos parece la única y la mejor, que no hay nada superable. Como aquél que invitó a unos amigo al mejor jamón, de ese que llaman pata negra, de no sé cuántas jotas. Se gastó un dineral, comprando el mejor para agasajarlo. Uno de ellos le comentó al otro en voz baja, “qué bueno el jamón, riquísimo”. El otro que tenía jamones normales, en su casa, contestó con un susurro, “bueno, sí, pero como el nuestra de casa no hay”.
Pues bien, estas formas de pensar reducidas a lo de siempre, a lo que nos enseñaron que se encierran en las tradiciones que han vivido y no se abren a nada nuevo, les pasa algo semejante a lo de la señora que citamos arriba que la oración solo se usa cuando es para rezar por un enfermo o por un difunto. Es lo que le enseñaron, lo que explicaron y lo que quedó en su corazón desde niña.
La curación a distancia era un método aplicado por Jesús de forma eficaz. Un día acudieron a él los criados de un oficial romano pidiendo que fuese a orar por uno de sus sirvientes enfermo. Cuando iba de camino el mismo oficial se apareció y le dijo que no hacía falta que fuera a su casa que tenía fe y sabía que con una sola de sus palabras quedaría sano. Entonces Jesús sin más le dijo. “Hágase como has creído”. Y a esa hora el sirviente quedó sano.
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Pues la oración, los buenos deseos, la energía positiva del alma son todavía más rápidos porque circulan por las arterias de Dios que las bombea desde su corazón. Por ello, ¿cómo vamos a dudar de que nuestro pensamiento positivo, que nuestra oración no llega a miles de kilómetros? ¿Cómo vamos a dudar de que Dios no hace como Jesús que escuchó la oración hecha con fe y curó a la distancia?
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